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Berlín nos recibe con 10 grados bajo cero y el cielo azul. La Potsdamer Platz se vuelve difícil a la mañana, el frío entorpece el trabajo, nos congela las manos, el rostro y la cámara de fotos. Hay que habituar la mirada y experimentar Berlín como lo que es, una zona devastada donde la historia se filtra por las rendijas de una arquitectura que intenta convertirla en un eterno presente a fuerza de vidrio, acero y delirios estéticos. Pero las rendijas se vuelven boquetes y allí están Grosz, Dix, Munch, Ernst en la Nueva Galería, el luminoso edificio de Mies Van der Rohe. O el Memorial del Holocausto, ese fragmento donde la ciudad se vuelve lápida y tumba, unas cuadras más adelante. O en la Alexanderplatz. Todo pasaba por “la Alex” solía repetirse en la novela de Döblin, la plaza era el centro vital que siempre estaba allí y que se mutilaba al mismo ritmo que Franz Biberkopf, su personaje central; las topadoras, excavaciones, multitudes hacinadas, tránsito continuo, discursos mezclados, como un collage de Hannah Höch, y corrupción en todos los órdenes anticipaba también la catástrofe por venir. “Berlín Alexanderplatz”, como lo dijimos alguna vez, es la historia de un aprendizaje, una forma de conocimiento dada a través de la percepción de esa relación vital entre el espacio y la acción. Vitalidad de las tensiones que conforman el tejido de una ciudad, de cualquier ciudad, de las que nosotros formamos parte y en las que, por lo general, también está cifrado nuestro devenir. Percibir y conocerlas es una forma de acceso a esa realidad que se nos escapa a cada paso. Fotos: Potsdamer Platz (arriba). Sony Center, Potsdamer Platz (abajo). Fotos: Zenda Liendivit, Invierno 2013.

BERLÍN
 

 
 

 
 

 
 
 

El detonante fue mi infancia en Asunción y lo que yo recordaba como los inviernos azules, esos días en los que el frío marchaba siempre a la par que la luminosidad solar, como si uno no terminara de ser abolido por la otra. Paraguay, como Alemania, también había sido devastado por dos guerras y como remate, por una dictadura de más de cuarenta años. Berlín es azul en invierno, definitivamente azul. Y es tan cálida como helada, tan rabiosamente actual como pasada. Simula ser nuestra contemporánea pero el pasado se filtra a cada instante. Hay rastros y señales de que allí, en esa ciudad, pasaron atrocidades, hecatombes materiales y emocionales, desgarramientos colectivos y delirios aterradores. Huellas a veces demasiado publicitarias, como el punto fronterizo de Checkpoint Charlie. O la estación de tren, a pasos de nuestro hotel, donde reza la leyenda “Localidades del miedo que nunca podemos olvidar: Auschwitz, Stutthof, Maidanek, Treblinka….”. O las exposiciones sobre Hitler en el Museo de Historia. No es lo mismo erigir un artefacto indiferente a su entorno, como podrían ser el Agbar en Barcelona o la Defense en París, que hacerlo en Berlín. En realidad, cualquier arquitectura en Berlín adquiere una relevancia que la torna contextual. O testimonial. Lejos del catálogo turístico, o del lugar común de “laboratorio urbano”, la posmodernidad berlinesa es la forma de actualizar una voluntad pasada, una no aceptación del destino ni de la fatalidad. Y para ello, como todo lo que se ubica en los extremos, necesita la contundencia, la escala monumental, la forma irreverente. Necesita, precisamente, del olvido y del recuerdo. Fotos: Neue Nationalgalerie (arriba); Memorial del Holocausto (centro); Alexanderplatz (abajo). Zenda Liendivit, Febrero 2013.

 
 
 

 
 

 

Berlín es tanto la infancia recuperada, el todo por hacer, como el pasado trágico transfigurado en formas nuevas. ¿Dónde quedaron las tabernas alemanas?, pregunto desconcertada, esas donde Biberkopf (y, probablemente, también mis abuelos) se dedicaba a beber, devorar y prosperar y que enrarecían la ya enrarecida Alexanderplatz. Parece que fueron arrasadas, también ellas, por los puestos de falafel. Pero algunas sobreviven. El Archivo Bauhaus fue otra cita ineludible, esa usina de creación incesante y trasgresora en sus comienzos, donde los límites disciplinares estaban abolidos y la arquitectura aspiraba a fundirse con la vida. Esa vida que insiste en Berlín, a pesar de todo. Fotos: Puerta de Brandeburgo (arriba); Reichstag (abajo). Últimas fotos: Bauhaus; Friedrichstrasse; Vista hacia la Isla de los Museos y la Torre de Televisión de Berlín, cerca de Alexanderplatz; Estación Central de Berlín. Zenda Liendivit, febrero 2013.

 

 
 

 
 

 
 

 
 

A MÚNICH

 

© 2000-2025 Revista Contratiempo | Buenos Aires | Argentina | ISSN 1667-8370
Directora Zenda Liendivit

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