Usurpaciones / Espacio y delito

 

 

 
 

Que un gobierno progresista hable de “intrusiones ilegales” en referencia a poblaciones desesperadas por un techo en plena pandemia, es una contradicción ambulante. Un techo de cartón o chapa y paredes de lona y madera, en terrenos abandonados e inundables. Que se necesiten reiteradas tomas y ocupación de tierras para que ese gobierno, que gobernó la provincia durante más de 10 años, se despierte y elabore Planes de vivienda, cuando el problema del déficit habitacional en la Provincia de Buenos Aires es más antiguo aún que aquel mandato, aclara la situación. Que se establezcan “alertas tempranas” contra nuevas usurpaciones, teniendo en cuenta que las viviendas prometidas no brotarán de la noche a la mañana, lo ubica directamente en el rol de Estado Policial. Lo que nos lleva a concluir que el lenguaje de derecha fue usurpado ilegalmente por la mal llamada progresía. Y ya sabemos, habitamos el lenguaje.

Aquí re editamos un texto, escrito en esta revista en Septiembre de 2008 sobre el Conurbano bonaerense, las formas de producción del espacio y su íntima relación con la violencia y el delito. Escritura que no parece registrar el paso del tiempo: exactamente, 12 años:

 

ESPACIO Y DELITO
 

El proyecto y construcción de un espacio urbano está directamente relacionado con la construcción de la sociedad que lo habita. Esto que parece un lugar común ayuda a entender, sin embargo, el funcionamiento de una ciudad. Ciertas intervenciones urbanas son efectivas, al margen de los fines específicos para las que fueron pensadas, para desarrollar sistemas de control social que pueden tanto alentar como apaciguar la violencia generada en las metrópolis, como por ejemplo la construcción fastuosa rodeada de zonas carenciadas. Si las condiciones de producción y distribución de una sociedad mantienen cierto equilibrio en sus cuestiones elementales, la violencia tenderá a replegarse en espacios específicos.

No se habla aquí de casos aislados o psiquiátricos sino del ejercicio continuado y naturalizado de ella. La naturalización de la violencia deviene no tanto por su repetición sino porque ella fecunda en las mismas bases de la construcción de dicha sociedad. 

El caso más cercano e inmediato para nosotros es el Conurbano. Desde el lenguaje mismo, la sola mención remite a cierta devaluación en casi todos los órdenes de la vida. Devaluación por demás también “naturalizada” por propios y extraños. Ciertos sectores del conurbano bonaerense, digamos que gran parte de su territorio, adolecen de mínimas condiciones de habitabilidad. La falta de políticas educacionales, laborales, sanitarias, de viviendas y hasta de ocio y tiempo libre, fertiliza el terreno para la producción de formas que tiendan a reproducir y sostener este estado de cosas. El concepto “tierra de nadie” con el que se suele pensar dicha región es gráfico pero no del todo real: se sabe muy bien que no hay posibilidad alguna para que algo (una tierra, un espacio, un bien, etc.) termine siendo de nadie. Siempre ese vacío genera una amplia gama de potenciales propietarios dispuestos a cubrirlo. Por lo que sería más acertado decir que ese territorio es tierra de sociedades bien anónimas que se amparan precisamente en esta condición para enfrentarse al orden constituido y erigir sus propias normas.

Es decir, el espacio bonaerense será pensado, vivido y producido de acuerdo a concepciones y formas de vida muy diferentes a otros sectores metropolitanos por aquella desprotección inicial de políticas y la consiguiente reapropiación. Por este motivo, y aunque en todos los casos hubiera apenas un límite virtual de separación, la percepción del espacio varía tan bruscamente al atravesar la General Paz o cruzar el Riachuelo (aunque en muchas ocasiones el entorno edilicio no fuera tan diferente). Lo propio del conurbano no sería cómo funciona la mafia o el crimen organizado, porque sabemos que ambos funcionan en cualquier territorio y bajo cualquier circunstancia. La problemática particular del conurbano es pensar qué condiciones materiales favorecen la concepción del espacio que posee su sociedad y que le confiere el perfil actual. Habría que pensar también en qué forma estas condiciones objetivas que tienden a perpetuarse y hasta a mejorarse en sus capacidades destructivas, según pasan los años y los gobiernos, interviene en la configuración del espacio capitalino. Cómo se relaciona la zona jerarquizada de la capital con el devalúo adyacente y en qué medida uno no sostiene a lo otro. O, dicho de otro modo, cuánto necesita una ciudad moderna para su desarrollo de esas zonas oscuras que la bordean (sea el empobrecido Conurbano) o que incluso se desarrollan dentro de ella (como las villas o los asentamientos).  

La conurbación es la forma de ocupación territorial que se viene dando en la mayoría de las ciudades del mundo. Consiste en la incorporación de centros poblacionales a lo largo o alrededor de una o varias ciudades centrales. Pero para que este sistema funcione es necesario que esos centros tengan su propia dinámica, sus propias formas de desarrollo, a fin de que puedan entablar con el centro original valiosos intercambios y enriquecimiento mutuo. La conurbación no es simple adición. Pensarlo  como un sistema, y no como territorios estancos y encima con grandes diferencias, es el primer paso para rediseñar un nuevo modelo de ciudad, integrado e inclusivo. Una ciudad productora de vida y no una necrópolis con luces fastuosas y violentas.

 
Foto: Guernica, PBA
 
 
 

 

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